La noche antes de
que Jesucristo realizara la expiación y sufriera por los pecados del mundo, Él cenó
y conversó con sus discípulos. Me asombra lo que dijo Jesucristo a sus discípulos
en ese momento: “Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros,
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos”. Es increíble que horas antes de su sufrimiento y crucifixión, el
Salvador pudiera centrarse en el amor.
Hay un video de la iglesia que comparte la experiencia de una mujer quien perdió a tres de sus hijos y a su esposo por la enfermedad. Me duele escuchar su cuenta trágica. Sin embargo, al fin, ella dice algo que siempre tengo presente: Que tanto puede sentir la tristeza y la desesperación, tanto también puede sentir el gozo y la felicidad. Ella dice que sus aflicciones le ayudaron a sentir más compasión y amor para los demás quienes están pasando por las mismas cosas.
Creo que Jesucristo se sentía lo mismo. El varón de dolores quien conocía el quebranto pudo hablar del amor con más poder que todos porque Él había experimentado y habría de experimentar lo más sufrimiento posible.
En mi vida, yo he descubierto que la tristeza nos puede ayudar a aprender lo que verdaderamente atesoramos. Cuando extrañamos a nuestra familias, terminamos una relación o sentimos lejos de nuestro Padre Celestial, comprendemos mejor la importancia que tienen esas cosas y esas personas en nuestras vidas.
Cada uno de nosotros podemos reconocer momentos de dolor como oportunidades de expandir nuestra capacidad emocional para amar y servir. Si permitimos que esos momentos representen nuestra capacidad para crecimiento, estamos siguiendo el plan del Señor para nosotros y las pruebas y desafíos de mortalidad nos ayudarán a llegar a ser los hombres y las mujeres que El Señor quiere que seamos.
Abajo se encuentra el video que mencioné: